Como tantas otras ciudades occidentales, Nueva York está experimentando con nuevos modelos de movilidad. Si el signo de los tiempos durante todo el siglo XX rotó en torno al vehículo privado y su expansión sin fin, el siglo XXI ha creado nuevos paradigmas a los que ni siquiera urbes tan cochecéntricas como Los Ángeles o Manhattan pueden resistirse. El último ejemplo: la Gran Manzana ha cerrado una de sus principales arterias este-oeste, la decimocuarta, al vehículo privado. Y el resultado ha sido muy satisfactorio, pese a algunas resistencias.
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