Pasear por una clase de Primaria hace diez o quince años era toparse irremediablemente con un estuche de lápices Alpino. De tanto en cuanto, un compañero acumulaba colores y colores ordenados de forma metódica bajo una pequeña carcasa metálica sobre la que se desplegaba un paisaje fascinante: una cadena de montañas al fondo, un bosque, llanuras verdes y un simpático ciervo corriendo hacia nosotros.
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