El rey utiliza un criterio circunstancial —el candidato más votado— en lugar de un criterio esencial —el respaldo de la mayoría parlamentaria— para justificar su decisión. Una verdad, cuanto menos, a medias. El rey olvida la verdadera razón por la que fueron designados los candidatos en anteriores elecciones. El rey remacha con su argumento un criterio improcedente y erróneo -el partido con más votos-, que debería ser retirado de la discusión pública e institucional. El rey se ha dado prisas innecesarias e incomprensibles.
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