Cuando la vimos por primera vez quedamos prendados ante la magnitud de su mirada. Tenía los ojos redondeados, grandes y profundos, a través de los cuales podíamos prácticamente leer sus pensamientos. Delante de ellos tenía colocados dos enormes pedazos de rocas transparentes. Estos reflejaban todo a su alrededor, incluidas nuestras siluetas, como si fueran agua fresca. Sin embargo, la mujer era inquietante porque nos observaba durante mucho tiempo. Estábamos de los nervios, pero parecía que algo bueno iba a pasar.
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