Son las 20.00 horas del pasado miércoles. Un grupo de cinco camareros charla en torno a la barra. Están mano sobre mano. No hay ni un alma en esta amplia cafetería de la Gran Vía, que cuenta con mesas muy separadas y mamparas de plástico para dividir los espacios. «Desde las 4 de la tarde no ha entrado nadie ni para tomarse un café. La sensación es desalentadora», explica Marlon Macías, director de Vinitus Gran Vía en Madrid.
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