En el año 31 d. C., convertirse en emperador de Roma era algo totalmente vetado para cualquiera que no fuera descendiente directo del primer emperador Augusto. Pero un hombre, Lucio Elio Sejano, quiso cambiar el rumbo de la historia para convertirse en el sucesor de Tiberio y tercer emperador romano, con el simple aval de ser Prefecto del Pretorio, es decir el dueño y señor de la Guardia Pretoriana.
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