Cierta música, sin importar que fuese hecha por artistas que ya habían pasado de moda en el año en que viniste al mundo, te acompañará durante toda la vida. Ahora poco importa que Little Richard —o Penniman, como aparecía en los créditos de sus discos— hubiese cumplido ya ochenta y siete años de edad; su repentina ausencia es un cambio desagradable y nada bienvenido en mitad de una época que ya estaba siendo lo bastante desagradable por sí misma.
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