Adán servía cafés por la mañana y por la tarde era pirata somalí. También era un sinvergüenza del tamaño de un camión. Un caradura útil. Adán empezó su negocio hace unos siete años, cuando explotó uno de los asuntos más sexy de la información africana de la última década: frente a las costas de Somalia, grupos de piratas habían iniciado una ola de secuestros sin precedentes de pesqueros internacionales. Informativamente, lo tenía todo. De un país en ruinas, golpeado por la guerra y el hambre desde 1991, surgían unos tipos desharrapados.
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