La gente sabía de su presencia. A veces, si un pescador se cruzaba con uno durante la faena terminaba matándolo. Por ser ilegal no les daban mucho dinero a cambio, pero siempre podían pelarlo y echarle sal para su propio consumo. Así fueron confesándose los cazadores, uno por uno, 18 en total. Reconociendo que con su práctica hubieran terminado acabando con una especie ya escasa
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