Un banco sin sedes, sin cajeros, sin campañas publicitarias y sin ni tan siquiera depósitos o préstamos. Se trata, en teoría, de una especie de banco privado para los funcionarios de la Iglesia católica -sacerdotes, abades, monjas, frailes-. Eso sobre el papel, pues desde los pactos de Letrán el instituto ha venido a funcionar como un banco central de la ciudad estado y paraíso fiscal de las más de 15.000 cuentas que aún gestionan sus purpurados. Un paraíso fiscal, opaco para cualquier organismo administrativo, policial o judicial externo.
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