Poca broma en Turquía con la religión, cualquier chiste, por tonto o blanco que sea, puede llevar a cualquiera a la cárcel. Y hasta tal punto la sátira es peligrosa que, como en el caso de la revista Girgir, los propios editores se han aplicado la autocensura, han ejercido de policía del pensamiento y han chapado la publicación, despidiendo a todos los trabajadores.
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