En la antigua Roma, cada esquina merece que se detenga el reloj, incluso ahora, en estos tiempos difíciles en los que miramos tanto las mascarillas como los monumentos. En el paseo por el centro hemos dejado atrás la Fontana de Trevi, limpia y radiante, donde los selfis se toman con la cara descubierta, a pesar de la prohibición. Y también lo que queda del templo de Adriano, once columnas corintias de quince metros de altura.
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