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Cuando Cartier-Bresson envió una cajita de pinturas a Harry Gruyaert para que coloreara sus fotos  

Era el año 1965 y yo vivía en París. Un día, mientras me dirigía a un lugar llamado Pictorial Service para revelar mis fotos, me fijé en un tipo con el que coincidí en el ascensor. Había algo especial y extrañamente transparente en él. Pensé: “Este debe ser Henri Cartier-Bresson“. Era conocido por su capacidad de fotografiar personas sin que ellas se dieran cuenta. Más tarde, cuando me uní a la agencia Magnum, llegamos a conocernos bien. Era un hombre nervioso pero ocurrente, nunca se tomaba a sí mismo demasiado en serio.

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