César Portela diseñó una necrópolis en la que los nichos están azotados por los vientos de la Costa da Morte, cosa mala —dicen— incluso para los huesos de los difuntos. Rechazado en su momento por los finisterranos y convertido en cadáver político, ahora cada vez más gente del pueblo pide su apertura. Muchos peregrinos querrían ser enterrados aquí.
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