La omnipotencia de la Unión Soviética bajo el mandato de Iósef Stalin cambiaría el marco de lo posible. Durante los años treinta, los gobernantes comunistas se interesarían por los vastos recursos materiales enterrados en las remotas regiones de Saja, Khabarovsk, Chukotka y Kamchatka, aquellas reunidas en el Extremo Oriental de Siberia, acaso la conjunción de palabras más remota y distante que pueda evocar cualquier lengua humana. Rusia inició entonces la conquista de aquello que residía más allá del fin del mundo. Y necesitaba carreteras.
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