En los casi 20 años que llevo viviendo en Barcelona no me he sentado jamás en una terraza de Las Ramblas ni conozco a nadie que lo haya hecho. Alguna vez ha surgido la idea de hacerlo como experimento periodístico para comprobar el nivel del timo, pero es todo tan obvio que es como demostrar que el agua moja. En la Plaza Real, hace mucho tiempo me llevaron a ese restaurante que forma parte de un grupo que tiene más de una docena por la ciudad y que ofrece menús a precio cerrado y con ciertas ínfulas y apariencia de local.
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