La última vez que voté, se me saltaron las lágrimas. De emoción y pena. En diciembre de 2015, daba por hecho que probablemente sería la última vez que lo haría. Estaba empadronado en Cádiz, pero me encontraba durante ese mes en Madrid, así que voté por correo. En la oficina próxima a Legazpi, hice el trámite mientras a mi lado un chaval, con su 'skate' apoyado en el mostrador, hacía una foto a la papeleta antes de introducirla en el sobre y automáticamente la compartía por WhatsApp con una inconfundible cara de alegría e ilusión.
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