Si los asalariados fuesen como las matrioshkas, esas muñecas rusas huecas que albergan otras en su interior, habría que buscar a los más sonrientes en las últimas capas. La estadística muestra que son menos los trabajadores protegidos por un convenio con algún efecto económico, y menos aún aquellos a los que se les garantiza mantener el poder adquisitivo.
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