Enero es tristeza. Es sentir que le has dado a tu vida un giro de 360 grados. Enero son los kilos que cogiste durante las fiestas, o peor: los que no cogistes. Enero es ese fichaje que hace tu equipo por haber planificado mal la plantilla en verano. Es la vigesimosegunda entrega de esos fascículos que empezaste a comprar el septiembre, y que ahora cuestan ocho veces más que el primero.
Enero es cuando empiezas a ahorrar para las vacaciones. Café caliente a oscuras, hielo en la luna del coche y sexo bajo una manta. Conciertos en auditorio, carteras vacías y promesas olvidadas. Niños cansados y adultos apesadumbrados.
Porque enero es como ese resfriado persistente que no se quita, o el olor a leña quemada que impregna la ropa. Sólo queda esperar a febrero y que, a lo mejor o por fin, podramos respirar aire fresco.