Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza…
–¿Dónde está tu padre? –preguntó
–Está en el cielo –susurró él.
–¿Cómo? ¿Ha muerto? –preguntó asombrado el capitán.
–No –dijo el niño–. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.
El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.
Me encadenaron con grilletes al nacer…frágil, sumisa, dependiente, incapaz, fea, tonta. Caminaba arrastrando cadenas, sonaban tanto que era incapaz de escuchar mi propia voz, estaban presentes en cada tarea, cada palabra, cada mirada…pero se olvidaron de cerrar la puerta y a escondidas, cada tarde, merendaba letras. Historias de mujeres libres que rompieron cadenas. Al principio sentí vértigo y miedo pero poco a poco fui notando como mi alma y mi paso se fortalecían con cada ejemplo. Me abrazaron cálidas, las sentí muy cerca, me construí de nuevo, derretí el acero y ahora tengo alas en lugar de miedos.
Fátima Carnota García
La gente decía que en una caverna, no muy lejos de los hombres, nacieron unos perros enormes y oscuros que poblaban de terror y asombro la ingenuidad de la comarca.
Los perros pertenecían a un déspota de vieja y ancha fortuna. Por la noche los vecinos escuchaban sin tregua a estos canes gigantes. Sin embargo, nadie los había tocado, nadie los había visto. Pero el pueblo sabía que eran enormes, oscuros y horribles. Mas no era necesario temerles, ni ocultárseles ni huirles, porque de día, cuando de la caverna salían estos ladridos, hambrientos, feroces, al contacto del aire y del sol se deshacían…
La luz los devoraba.
menéame