La gente decía que en una caverna, no muy lejos de los hombres, nacieron unos perros enormes y oscuros que poblaban de terror y asombro la ingenuidad de la comarca.
Los perros pertenecían a un déspota de vieja y ancha fortuna. Por la noche los vecinos escuchaban sin tregua a estos canes gigantes. Sin embargo, nadie los había tocado, nadie los había visto. Pero el pueblo sabía que eran enormes, oscuros y horribles. Mas no era necesario temerles, ni ocultárseles ni huirles, porque de día, cuando de la caverna salían estos ladridos, hambrientos, feroces, al contacto del aire y del sol se deshacían…
La luz los devoraba.