LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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El hombre que se peleó consigo mismo, por Ulysses S. Grant

Bragg era un hombre notablemente inteligente y bien informado, tanto en lo profesional como en lo demás. También era particularmente recto. Empero, poseía un temperamento irascible y era de natural contestatario. Un hombre del más alto carácter moral y los hábitos más correctos, sin embargo en el viejo ejército acababa frecuentemente en algún problema. Como subordinado, siempre estaba atento para cazar a su oficial al mando abusando de sus prerrogativas; como comandante de guarnición era igualmente vigilante para detectar la más leve negligencia en los más triviales asuntos.

En el viejo ejército oí una anécdota muy característica de Bragg. En una ocasión, estando acuartelado en una guarnición con varias compañías bajo el mando de un oficial, él estaba al mando de una compañía, y a la vez ejercía de intendente. En aquel entonces era primer teniente, pero su capitán había sido apartado para otro menester. Como comandante de compañía hizo una solicitud al intendente (él mismo) de algo que quería. Como intendente, rechazó la solicitud y anejó en el dorso las razones. Como comandante de compañía respondió alegando que su solicitud no pedía sino lo que le correspondía, y que era el deber del intendente cumplirla. Como intendente, siguió insistiendo en que tenía razón. Con el negocio en estas condiciones, Bragg remitió el asunto al comandante de la guarnición. Éste, cuando vio la naturaleza del asunto que se le remitía, exclamó: "¡Por Dios, señor Bragg! ¡Se ha peleado usted con todos los oficiales del ejército, y ahora se pelea consigo mismo!"

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Opiniones de un gobernador nazi en la Francia ocupada

Aquel día habían quedado para comer, a la una en punto, pero Pedro se presentó en Arrás a las diez y media de la mañana. En casa de Berger le dijeron que el señor Hopper ya había pasado también por allí y que lo habían remitido a la comandancia militar, porque el señor gobernador tenía una mañana muy ocupada.

              Pedro dio las gracias y se dirigió a la Comandancia, a escasos trescientos metros del domicilio del gobernador.

              Los guardias de la entrada le dieron severamente el alto y le pidieron la documentación. Pedro la entregó con tranquilidad y declaró que el gobernador lo estaba esperando. Un guardia se dirigió al interior del edificio y dos minutos después , le pidió que lo acompañase.

              —Buenos días, señor Ríos. Sabía que llegaría más o menos a esta hora —lo saludó Berger, tras la mesa de su despacho. Sentado enfrente estaba Hopper, que se levantó para estrechar la mano al pintor español.

              —Ni yo mismo esperaba estar aquí tan pronto —repuso Ríos.

              —Eso es porque usted no se sabe de memoria el horario de trenes, como yo. Porque ha venido usted en tren, ¿no es así?

              —Sí, es cierto.

              —Pues nuestros trenes siempre llegan a la hora. Con guerra o sin guerra. Debería usted saberlo. Siéntese, por favor.

              —Gracias —repuso Pedro, acercando una de las sillas que había junto a la pared—. De todas maneras, los guardias han estado un poco lentos y torpes. No todo es perfecto en su Reich...

              Berger se echó a reír.

              —Bien observado. Sin embargo, se habrá fijado que cada vez hablan mejor francés.

              —Eso sí.

              —¡Porque la mayoría son franceses! A los nuestros los están enviando a Rusia. Cualquier día , los franceses descubrirán que se están ocupando a sí mismos  y tendremos un problema, pero mientras se dan cuenta y no, estiramos nuestras tropas como podemos.

              —No me diga...

              —Pedimos diez mil voluntarios para auxiliares de policía y se presentaron cien mil.

              —Es increíble.

              —En absoluto. Aquí está usted, comunista y español, aguantando mis impertinencias. ¿Y sabe por qué? Porque, en el fondo, reconoce que ahora vive mejor que antes. Y eso les pasa a muchos franceses, que estaban hartos del desorden, de la corrupción y de la arbitrariedad de los poderosos.

              —Y ustedes, por supuesto, no son arbitrarios... —ironizó Hopper, introduciéndose en la conversación.

              —¡Pues claro que sí! Nosotros hacemos lo que nos da la gana, sin explicaciones  y amenazando con las armas a quien tenga algo que decir. ¡Pero nosotros somos el enemigo! ¡Eso es lo que la gente se espera del enemigo! Cuando duele realmente es cuando te lo hacen los tuyos, a los que tú pagas para servirte y ves como diariamente se sirven de ti. Que te maltraten los militares ocupantes es casi normal  y,  además, ofende menos, porque son extranjeros. Si un soldado alemán le da una bofetada a un hombre, le dolerá, pero se olvidará en un par de días. Pero si esa misma bofetada se la da su vecino, le guardará rencor para toda la vida. ¿No lo entienden?

              —Sí, claro, pero no es lo mismo una bofetada que el fusilamiento de un hijo, o el ahorcamiento de un pariente. ¿Puedo preguntarle cuántas penas de muerte ha firmado desde que está aquí? —preguntó Ríos, irritado por la falsa campechanía del alemán. Detestaba a aquella clase de hombres, que fingían burlarse de todo para escupir su bilis.

              Berger suspiró.

              —Se lo puedo decir exactamente. Noventa y una.

              —¿Y después de noventa y una muertes, puede aún decir que los franceses están más contentos con usted que con la situación anterior?

              Berger se alisó las puntas de su bigote.

              —Sí, lo afirmo. Porque he firmado noventa y una penas de muerte. Pero no se imagina usted cuántas denuncias he pasado por alto. Ahora, con el tiempo, ya van llegando menos, pero al principio, recibía diez o doce denuncias diarias. Durante un año entero. Vecinos que denunciaban a sus vecinos, ajustes de cuentas por tierras, ajustes de cuentas por mujeres, ajustes de cuentas por negocios, ajustes de cuentas por ofensas del siglo pasado. Comencé numerándolas, pero cuando llegué a las tres mil , me aburrí y preferí dejar de contarlas. ¿No se lo cree? Las tengo archivadas.

              Pedro Ríos bajó la vista. Sabía que en España había sido igual.

              —Le creo.

              —Hace bien, porque es la pura verdad. Todo el que tiene una cuenta pendiente con alguien quiere utilizarnos a nosotros para saldarla. Y luego, por supuesto, los asesinos seremos nosotros, y con razón, porque no niego que, entre los míos, hay muchos a los que les divierte el asunto, pero le doy mi palabra de honor de que, por cada fusilamiento, hay cincuenta denuncias que se han ido a enmohecer al archivo. ¿Cómo se cree usted que perseguimos a los judíos en este país?

              —Pues buscándolos en el censo, por supuesto —repuso Hopper.

              —¡Qué va! —despreció Berger con un gesto—. Ni uno de ellos está tan loco como para permanecer localizable en el mismo domicilio que tenía antes de la guerra. Los vamos cogiendo según los van denunciando sus vecinos, o con más frecuencia aún, los dueños de las propiedades colindantes a las de los judíos. La cuenta que hacen está clara: «Si muere Aarón, yo me quedo con su casa, con su parcela, o con su sastrería y además, por cuatro perras». Y denuncian a Aarón si se enteran de algún modo de dónde se ha metido.

              —Ya, así es la miseria humana... —se lamentó Pedro.

              —Pero no nos quieren sólo por miseria. A veces también nos aprecian por nuestra grandeza —aseguró Berger.

              —¿Por su grandeza?

              —Sí, se lo aseguro. Usted es un pintor famoso y nuestro común amigo, Hopper, un rico industrial americano, pero la gente común no está en una posición tan buena como la suya.

              —¿Y eso qué tiene que ver?

              —Es muy sencillo. Durante años, durante siglos, los ricos se impusieron a los pobres en todas partes. Se quedaron los mejores puestos, heredaron las mejores plazas de la administración y cerraron el paso a los de abajo. Los profesores, los jefes de todos los departamentos de la administración, los jueces y hasta los jefes de policía procedían de una serie de familias selectas y beneficiaban a los suyos. No había ni una opción de ascender verdaderamente , como no fuese haciéndose cura.

              —Eso es el malo de la sociedad burguesa. Habla usted como un marxista —señaló Pedro.

              —Pues no lo soy. Pero es cierto: las élites se defendían entre sí  y no sólo para impedir el paso a los de abajo: cada vez que surgía un conflicto, de cualquier tipo, siempre tenía la razón el de la clase social superior. Daba igual que se tratase de lindes de tierras, de derechos de riego, de alquiler de edificios, de derechos de venta o producción en una fábrica. Siempre era igual. Era inútil acudir a los tribunales, porque la razón siempre la llevaba el rico contra el pobre, siempre el poderoso contra el desheredado.

              —¿Y ha cambiado eso?

              —¡Pues sí! Porque a nosotros nos importa todo un carajo, ¿no se da cuenta? Nosotros somos los amos del país porque lo hemos conquistado por las armas. No le debemos favores a nadie y no hacemos cuenta de los favores que tendremos que pedir mañana, cuando queramos que a nuestro hijo se le apruebe una oposición para un buen puesto. A nosotros nos importa todo tres pimientos, y hacemos lo que nos da la gana, porque queremos y cuando nos parece. ¿Puede haber alguien más imparcial?

              Hopper se echó a reír y Pedro lo secundó.

              —Es usted un maestro de la propaganda —alabó el americano.

              —¡En absoluto! Lo que les digo es rigurosamente cierto. ¿Saben a lo que dedico yo la mitad de mi tiempo? ¿Saben a lo que lo dedican la mayor parte de los comandantes de ciudades como esta? A ejercer de tribunal de apelación. La gente está aprovechando la ocupación para llevar a los tribunales los casos que nunca se hubiese atrevido a llevar antes. Los pobres, sobre todo, confían en nosotros, porque no conocemos a nadie  y nos da igual a quién damos la razón. Los pobres vienen por centenares a quejarse de lindes de fincas, de canales de riego, de paredes medianeras con otros propietarios más ricos, porque nosotros no sabemos quién es quién y a menudo sentenciamos a su favor, cosa que no sucedía antes ni en sus mejores sueños. Y sin gastos de abogados: vienen, cito a ambas partes, pido los planos, trazo una línea recta y asunto arreglado en diez minutos. Si acerté, está  bien. Y si no, también, porque no se puede apelar a ninguna parte. ¿O creen que yo quiero complicarme la vida con media docena de chopos plantados en un lugar que no he visto nunca? Pues los franceses, sobre todo los pobres, lo saben y hacen cola una mañana entera para que les devuelvan un gallinero, porque saben que es ahora o nunca.

              —Por lo que dice, les acabarán echando de menos el día que se vayan —ironizó Pedro Ríos.

              —Usted no, seguramente, porque seguirá siendo rico y famoso en cualquier lado. Pero los pobres puede que sí...

La libertad huyendo del pueblo. Javier Pérez F.

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Lo peor de que te invadan los alemanes

«Lo peor de que te invadan los alemanes es lo que madrugan esos cabrones. Cuando te invaden los alemanes, las tropas ocupantes están de patrulla desde las siete de la mañana, o antes, pidiendo papeles y tocando los huevos al personal. En cambio, si te hubiesen invadido los españoles, podrías hacer lo que te diera la gana hasta las once y pico, por lo menos, y sólo estarías invadido de lunes por la mañana a viernes al mediodía: una invasión moderada. A lo mejor por eso los españoles nunca conseguimos invadir más que países de mierda, o convertir en países de mierda los que alguna vez invadimos, que esa es otra posibilidad...»

La libertad huyendo del pueblo. Javier Pérez F.

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Fragmento de un artículo reproducido por el diario alemán Leipziger Stadtzeiger

"El deseo de captar los reflejos evanescentes no solamente es imposible como se ha demostrado por las investigaciones alemanas realizadas, sino que el solo deseo de conseguirlo es ya una blasfemia. Dios creó al hombre a Su imagen y ninguna máquina construida por el hombre puede fijar la imagen de Dios. ¿Es posible que Dios hubiera abandonado Sus principios eternos y hubiese permitido a un francés de París, dar al mundo una invención del diablo..?"



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La litografía ultravioleta extrema. Tecnología para fabricar chips

Apple no es la única empresa en el negocio de los semiconductores con una cadena de suministro sorprendentemente compleja. A finales de la década de 2010, ASML, la empresa de litografía holandesa, había pasado casi dos décadas intentando que la litografía ultravioleta extrema funcionara. Para ello fue necesario recorrer el mundo en busca de los componentes más avanzados, los metales más puros, los láseres más potentes y los sensores más precisos. EUV fue una de las mayores apuestas tecnológicas de nuestro tiempo. En 2012, años antes de que ASML produjera una herramienta EUV funcional, Intel, Samsung y TSMC habían inver tido directamente en ASML para garantizar que la empresa tuviera la financiación necesaria para continuar desarrollando las herramientas EUV que requerirían sus futuras capacidades de fabricación de chips. Sólo Intel invirtió 4.000 millones de dólares en ASML en 2012, una de las apuestas más importantes que haya hecho la empresa.

La idea detrás de las herramientas de litografía EUV había cambiado poco desde que Intel y un consorcio de otras empresas de chips habían donado a varios de los laboratorios nacionales de Estados Unidos “lo que parecía dinero infinito para resolver un problema imposible”, como dijo uno de los científicos que trabajó en el proyecto. él. El concepto siguió siendo muy similar al del microscopio inver tido de Jay Lathrop: crear un patrón de ondas de luz usando una “máscara” para bloquear parte de la luz y luego proyectar la luz sobre químicos fotorresistentes aplicados a una oblea de silicio. La luz reacciona con los fotorresistentes, lo que permite depositar material o grabarlo en formas perfectamente formadas, produciendo un chip funcional.

Lathrop había utilizado luz visible simple y fotoprotectores disponibles en el mercado producidos por Kodak. Utilizando lentes y productos químicos más complejos, finalmente fue posible imprimir formas tan pequeñas como unos cientos de nanómetros en obleas de silicio. La longitud de onda de la luz visible es en sí misma de varios cientos de nanómetros, dependiendo del color, por lo que eventualmente enfrentó límites a medida que los transistores se hicieron cada vez más pequeños. Posteriormente, la industria pasó a diferentes tipos de luz ultravioleta con longitudes de onda de 248 y 193 nanómetros. Estas longitudes de onda podían tallar formas más precisas que la luz visible, pero también tenían límites, por lo que la industria puso sus esperanzas en la luz ultravioleta extrema con una longitud de onda de 13, 5 nanómetros.

El uso de luz EUV introdujo nuevas dificultades que resultaron casi imposibles de resolver . Mientras que Lathrop utilizó un microscopio, luz visible y fotoprotectores producidos por Kodak, todos los componentes EUV clave tuvieron que crearse especialmente. No se puede simplemente comprar una bombilla EUV. Para producir suficiente luz EUV es necesario pulver izar una pequeña bola de estaño con un láser. Cymer, una empresa fundada por dos expertos en láser de la Univer sidad de California en San Diego, había sido un actor importante en las fuentes de luz litográficas desde los años 1980. Los ingenieros de la empresa se dieron cuenta de que la mejor solución era disparar una pequeña bola de estaño que medía treinta millonésimas de metro de ancho y que se movía en el vacío a una velocidad de unos trescientos kilómetros por hora. Luego se golpea la lata dos veces con un láser, el primer pulso para calentarla, el segundo, conver tirlo en plasma con una temperatura de alrededor de medio millón de grados, muchas veces más caliente que la superficie del sol. Este proceso de explosión de estaño se repite cincuenta mil veces por segundo para producir luz EUV en las cantidades necesarias para fabricar chips. El proceso de litografía de Jay Lathrop se había basado en una simple bombilla como fuente de luz. El aumento de la complejidad desde entonces fue alucinante.

La fuente de luz de Cymer sólo funcionó gracias a un nuevo láser que podía pulver izar las gotas de estaño con suficiente potencia. Esto requirió un láser basado en dióxido de carbono más potente que cualquiera que existiera anteriormente. En el ver ano de 2005, dos ingenieros de Cymer se acercaron a una empresa alemana de herramientas de precisión llamada Trumpf para ver si podía construir un láser de este tipo. Trumpf ya fabricó los mejores láseres basados en dióxido de carbono del mundo para usos industriales como el corte de precisión. Estos láseres eran monumentos del mecanizado según la mejor tradición industrial alemana. Debido a que alrededor del 80 por ciento de la energía que produce un láser de dióxido de carbono es calor y sólo el 20 por ciento luz, extraer calor de la máquina es un desafío clave. Trumpf había ideado previamente un sistema de sopladores con ventiladores que giraban mil veces por segundo, demasiado rápido para depender de cojinetes físicos. En cambio, 

Trumpf tenía una reputación y un historial de brindar la precisión y confiabilidad que Cymer necesitaba. ¿Podría entregar el poder? Los láseres para EUV debían ser sustancialmente más potentes que los láseres que Trumpf ya producía. Además, la precisión que exigía Cymer era más exigente que cualquier cosa con la que Trumpf se hubiera enfrentado anteriormente. La compañía propuso un láser con cuatro componentes: dos láseres “semilla” que son de baja potencia pero cronometran cada pulso con precisión para que el láser pueda alcanzar 50 millones de gotas de estaño por segundo; cuatro resonadores que aumentan la potencia del haz; un “sistema de transporte de haz” ultrapreciso que dirige el haz a más de treinta metros hacia la cámara de gotas de estaño; y un dispositivo de enfoque final para garantizar que el láser dé un impacto directo, millones de veces por segundo.

Cada paso requirió nuevas innovaciones. Los gases especializados de la cámara láser debían mantenerse a densidades constantes. Las propias gotas de estaño reflejaban luz, que amenazaba con volver a brillar en el láser e interferir con el sistema; Para evitarlo, se requirió una óptica especial. La empresa necesitaba diamantes industriales para proporcionar las “ventanas” a través de las cuales el láser salía de la cámara y tuvo que trabajar con socios para desarrollar nuevos diamantes ultrapuros. Trumpf tardó una década en dominar estos desafíos y producir láseres con suficiente potencia y confiabilidad. Cada uno requirió exactamente 457.329 componentes.

Después de que Cymer y Trumpf encontraran una manera de explotar el estaño para que emitiera suficiente luz EUV, el siguiente paso fue crear espejos que recogieran la luz y la dirigieran hacia un chip de silicio. Zeiss, la empresa alemana que construye los sistemas ópticos más avanzados del mundo, había construido espejos y lentes para sistemas de litografía desde los días de Perkin Elmer y GCA. Sin embargo, la diferencia entre las ópticas utilizadas en el pasado y las requeridas por EUV era tan grande como el contraste entre la bombilla de Lathrop y el sistema de Cymer de hacer estallar gotas de estaño.

El principal desafío de Zeiss fue que el EUV es difícil de reflejar. La longitud de onda de 13, 5 nm del EUV está más cerca de los rayos X que de la luz visible y, como ocurre con los rayos X, muchos materiales absorben el EUV en lugar de reflejarlo. Zeiss comenzó a desarrollar espejos hechos de cien capas alternas de molibdeno y silicio, cada capa de un par de nanómetros de espesor. Los investigadores del Laboratorio Nacional Lawrence Liver more habían identificado esto como un espejo EUV óptimo en un artículo publicado en 1998, pero construir un espejo de este tipo con precisión a nanoescala resultó casi imposible. Al final, Zeiss creó espejos que eran los objetos más lisos jamás fabricados, con impurezas que eran casi imperceptiblemente pequeñas. Si los espejos de un sistema EUV se escalaran al tamaño de Alemania, dijo la compañía, sus mayores irregularidades serían de una décima de milímetro.

Para Frits van Houts, que asumió la dirección del negocio EUV de ASML en 2013, el aporte más crucial a un sistema de litografía EUV no era ningún componente individual, sino la propia habilidad de la empresa en la gestión de la cadena de suministro. ASML diseñó esta red de relaciones comerciales "como una máquina", explicó van Houts, produciendo un sistema finamente ajustado de varios miles de empresas capaces de cumplir con los exigentes requisitos de ASML. La propia ASML sólo producía el 15 por ciento de los componentes de una herramienta EUV, estimó, y compraba el resto a otras empresas. Esto le permitió acceder a los productos mejor diseñados del mundo, pero también requirió una vigilancia constante.

La empresa no tuvo más remedio que confiar en una única fuente para los componentes clave de un sistema EUV. Para gestionar esto, ASML profundizó en los proveedores de sus proveedores para comprender los riesgos. ASML recompensó a ciertos proveedores con inver siones, como los mil millones de dólares que pagó a Zeiss en 2016 para financiar el proceso de I+D de esa empresa. Sin embargo, los mantenía a todos bajo estándares exigentes. "Si no se porta bien, le compraremos", le dijo a un proveedor el director general de ASML, Peter Wennink. No fue una broma: ASML terminó comprando varios proveedores, incluido Cymer, después de concluir que podía gestionarlos mejor por sí mismo.

El resultado fue una máquina con cientos de miles de componentes cuyo desarrollo requirió decenas de miles de millones de dólares y varias décadas. El milagro no es simplemente que la litografía EUV funcione, sino que lo hace de manera suficientemente confiable como para producir chips de manera rentable. La confiabilidad extrema era crucial para cualquier componente que se colocara en el sistema EUV. ASML se había fijado el objetivo de que cada componente durara una media de al menos treinta mil horas (unos cuatro años) antes de necesitar reparación. En la práctica, las reparaciones serían necesarias con más frecuencia, porque no todas las piezas se estropean al mismo tiempo. Las máquinas EUV cuestan más de 100 millones de dólares cada una, por lo que cada hora que una está fuera de línea cuesta a los fabricantes de chips miles de dólares en producción perdida.

Las herramientas EUV funcionan en parte porque su software funciona. ASML utiliza algoritmos de mantenimiento predictivo para adivinar cuándo es necesario reemplazar los componentes antes de que se rompan, por ejemplo. También utiliza software para un proceso llamado litografía computacional para imprimir patrones con mayor precisión. La imprevisibilidad a nivel atómico en la reacción de las ondas de luz con los productos químicos fotorresistentes creó nuevos problemas con EUV que apenas existían con la litografía de longitud de onda más grande. Para detectar anomalías en la forma en que se refracta la luz, las herramientas de ASML proyectan luz en un patrón que difiere del que los fabricantes de chips quieren imprimir en un chip. Imprimir una “X” requiere utilizar un patrón con una forma muy diferente pero que termina creando una “X” cuando las ondas de luz inciden en la oblea de silicio.

El producto final, los chips, funciona de manera tan confiable porque solo tiene un componente: un bloque de silicio cubierto con otros metales. No hay partes móviles en un chip, a menos que cuentes los electrones que se mueven en su interior. Sin embargo, la producción de semiconductores avanzados ha dependido de algunas de las maquinarias más complejas jamás fabricadas. La herramienta de litografía EUV de ASML es la máquina herramienta producida en masa más cara de la historia, tan compleja que es imposible usarla sin una capacitación exhaustiva por parte del personal de ASML, que permanece en el sitio durante toda la vida útil de la herramienta. Cada escáner EUV tiene un logotipo ASML en su costado. Pero la experiencia de ASML, la compañía admite fácilmente, fue su capacidad para orquestar una extensa red de expertos en óptica, diseñadores de software, compañías de láser y muchos otros cuyas capacidades eran necesarias para hacer realidad el sueño de EUV.

Es fácil lamentar la deslocalización de la fabricación, como lo hizo Andy Grove durante los últimos años de su vida. Que una empresa holandesa, ASML, hubiera comercializado una tecnología iniciada en los Laboratorios Nacionales de Estados Unidos y financiada en gran medida por Intel sin duda habría irritado a los nacionalistas económicos estadounidenses, si alguien hubiera estado al tanto de la historia de la litografía o de la tecnología EUV. Sin embargo, las herramientas EUV de ASML no eran realmente holandesas, aunque fueron ensambladas en gran medida en los Países Bajos. Los componentes cruciales provinieron de Cymer en California y de Zeiss y Trumpf en Alemania. E incluso estas empresas alemanas dependían de piezas críticas de equipos producidos en Estados Unidos. La cuestión es que, en lugar de que un solo país pueda enorgullecerse de ser propietario de estas herramientas milagrosas, son producto de muchos países. Una herramienta con cientos de miles de piezas tiene muchos padres.

"¿Funcionará?" Andy Grove le había preguntado a John Carruthers antes de inver tir sus primeros 200 millones de dólares en EUV. Después de tres décadas de inver sión, miles de millones de dólares, una serie de innovaciones tecnológicas y el establecimiento de una de las cadenas de suministro más complejas del mundo, a mediados de la década de 2010, las herramientas EUV de ASML finalmente estaban listas para implementarse en el chip más avanzado del mundo.

La guerra de los chips. Chris Miller

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Eso es vivir...

Vivíamos a cuerpo de rey. Bebíamos como cosacos. Nos amaban mujeres de bandera. Gastábamos a espuertas. Pagábamos con oro, plata y dólares. Lo pagábamos todo: el vodka y la música. El amor lo pagábamos con amor, el odio con odio.

Me gustaban mis compañeros porque nunca me habían defraudado. Era gente sencilla, sin formación. Pero, a ratos, me dejaba boquiabierto lo extraordinarios que podrían llegar a ser. Y, en aquellos momentos, le daba las gracias a la Naturaleza por haberme hecho un ser humano.

Me gustaban los maravillosos amaneceres de primavera, cuando el sol retozaba como un chiquillo, derramando por el cielo colores y centelleos. Me gustaban los cachazudos ocasos de verano, cuando la tierra exhalaba chicharrina y el viento acariciaba con ternura los campos olorosos para refrescarlos.

Me gustaba también el otoño abigarrado, embelesador, cuando el oro y la púrpura caían de los árboles y tejían tapices floreados sobre las veredas, mientras unas neblinas canosas se columpiaban, colgadas del ramaje de los abetos.

Me gustaban también las gélidas noches de invierno, cuando el silencio convertía el aire en una masa pegajosa y la luna meditabunda adornaba la blancura de la nieve con diamantes.

Y vivíamos entre aquellos tesoros y aquellas maravillas, envueltos en colores y centelleos, como niños extraviados que de pronto despiertan en un cuento de hadas. Vivíamos y luchábamos, pero no por unos despojos de existencia, sino por la libertad de ir de un sitio a otro y trabar amistades… En nuestras cabezas bramaban los vendavales, en nuestros ojos jugueteaban los relámpagos, bailaban las nubes y se reían las estrellas. Salvas de carabinas nos daban la bienvenida y nos despedían, muchas veces anunciando una muerte que bailaba impotente a nuestro alrededor sin saber a quién raptar primero.

A menudo, el placer de vivir me dejaba sin aliento. De vez en cuando, los ojos se me empañaban sin que viniera a cuento. De vez en cuando, alguien soltaba una imprecación soez y, al mismo tiempo, me obsequiaba con una sonrisa infantil y me tendía una mano callosa y fiel.

Se pronunciaban pocas palabras. Pero eran palabras de verdad, que yo podía entender fácilmente a sabiendas de que no eran juramentos ni palabras de honor y, por tanto, podían darse por seguras…

Así los días estúpidos y las noches alocadas, que Alguien nos había regalado en recompensa de algo, galopaban entre serpenteos de colorines.

Y, por encima de todo aquello, por encima de nosotros, de la tierra y de las nubes, en la zona norte del cielo, corría el extraño Carro…, reinaba la magnífica, la única, la embrujada Osa Mayor.

El enamorado de la Osa Mayor. Sergiusz Piasecki

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Cervantes nos odiaba a todos

«Los poetas, de acuerdo con su naturaleza, que es cabalmente una naturaleza de artistas, es decir, de hombres raros y excepcionales, no ensalzan siempre lo que merece ser ensalzado por todos los hombres, sino que prefieren lo que justo a ellos, en cuanto artistas, les parece bueno.

De igual modo, raras veces son afortunados sus ataques cuando cultivan la sátira. Cervantes habría podido combatir la Inquisición, mas prefirió poner en ridículo a las víctimas de aquélla, es decir, a los herejes e idealistas de toda especie.

Tras una vida llena de desventuras y contrariedades, todavía encontró gusto en lanzar un capital ataque literario contra una falsa dirección del gusto de los lectores españoles; combatió las novelas de caballería. Sin advertirlo, ese ataque se convirtió en sus manos en una ironizacion general de todas las aspiraciones superiores: hizo reír a España entera, incluidos todos los necios, y les hizo imaginar que ellos mismos eran sabios: es una realidad que ningún libro ha hecho reír tanto como el Don Quijote. Con semejante éxito, Cervantes forma parte de la decadencia de la cultura española, es una desgracia nacional.

Yo opino que Cervantes despreciaba a los hombres, sin excluirse a sí mismo; ¿o es que no hace otra cosa que divertirse cuando cuenta cómo se gastan bromas al enfermo en la corte del duque? Realmente, ¿no se habría reído incluso del hereje puesto sobre la hoguera? Más aún, ni siquiera le ahorra a su héroe aquel terrible cobrar conciencia de su estado al final de su vida: si no es crueldad, es frialdad, es dureza de corazón lo que le hizo escribir semejante escena final, es desprecio de los lectores, cuyas risas, como él sabía, no quedarían perturbadas por esta conclusión.»

Friedrich Nietzsche

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Las cosas siempre se han hecho así...

«Un equipo de científicos colocó a cinco monos en una jaula y, en su interior, una escalera y, sobre ella, un montón de plátanos. Cuando uno de los monos subía a la escalera para coger los plátanos, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre el resto. Después de algún tiempo, cuando algún mono intentaba subir, los demás se lo impedían a palos. Al final, ninguno se atrevía a subir a pesar de la tentación de los plátanos. Entonces, los científicos sustituyeron a uno de los monos.

Lo primero que hizo el nuevo fue subir por la escalera, pero los demás le hicieron bajar rápidamente y le pegaron. Después de algunos golpes, el nuevo integrante del grupo ya no volvió a subir por la escalera. Cambiaron otro mono y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo en la paliza al novato. Cambiaron un tercero y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fueron sustituidos.

Los científicos se quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos. Ninguno de ellos había recibido el baño de agua fría, pero continuaban golpeando a aquel que intentaba llegar a los plátanos. Si fuese posible preguntarle a alguno de ellos por qué pegaban a quien intentase subir a la escalera, seguramente la respuesta sería: “No sé, aquí las cosas siempre se han hecho así”».

La verdad se equivoca. Santiago Pitarch.

El libro se puede descargar gratuitamente AQUI por cortesía del autor.

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Aquí es imposible que haya una guerra

PABLO: ¿Aquí?

LUIS: Sí, esto podría ser un buen campo de batalla. En aquel bosquecillo está emboscada la infantería. Por la explanada avanzan los tanques. Los tanques y la infantería son alemanes. Y allí, en aquella casa que están construyendo, se han parapetado los franceses.

PABLO: Aquello va a ser el Hospital Clínico.

LUIS: Ya, ya lo sé.

PABLO: También habría nidos de ametralladoras.

LUIS: Sí, aquí, donde estamos nosotros. Un nido de ametralladoras de los franceses. (Gatean hasta la elevación por la que se han dejado caer. Imitan las ametralladoras) Ta-ta-ta-ta…

PABLO: Ta-ta-ta-ta…

LUIS: Primero avanzan los tanques. Es para preparar el ataque de la infantería… Alguno vuela por los aires, despanzurrado… ¿No lo ves?

(PABLO le mira, sorprendido).

LUIS: Aquel de allí… Es porque todo este campo está minado por los franceses… ¡Dispara, dispara, Pablo, que ya sale la infantería del bosquecillo! ¡Ta-ta-ta! ¡Ta-ta-ta!

PABLO: (Que se ha quedado mirando fijamente a LUIS). ¡Pero bueno, tú estás chalado perdido!

LUIS: (Suspende su ardor combativo). Hombre, no vayas a pensar que todo esto me lo creo.

PABLO: Pues lo parece.

LUIS: No es eso. Lo que quería explicarte es que si leo una novela de guerra, pues lo veo todo… Y luego, si salgo al campo, lo vuelvo a ver. Aquí veo a los soldados de El tanque número 13 y de Sin novedad en el frente, que también la he leído. Y lo mismo me pasa con las del Oeste o las policíacas, no te creas…

(Por la expresión de PABLO se entiende que no tiene muy buena opinión del estado mental de su amigo).

LUIS: (Se ha quedado un momento en silencio, contemplando el campo). ¿Te imaginas que aquí hubiera una guerra de verdad?

PABLO: Pero ¿dónde te crees que estás? ¿En Abisinia? ¡Aquí qué va a haber una guerra!

LUIS: Bueno, pero se puede pensar.

PABLO: Aquí no puede haber guerra por muchas razones.

LUIS: ¿Por cuáles?

PABLO: Pues porque para una guerra hace falta mucho campo o el desierto, como en Abisinia, para hacer trincheras. Y aquí no se puede porque estamos en Madrid, en una ciudad. En las ciudades no puede haber batallas.

LUIS: Sí, es verdad.

PABLO: Y, además, está muy lejos la frontera. ¿Con quién podía España tener una guerra? ¿Con los franceses? ¿Con los portugueses? Pues fíjate, primero que lleguen hasta aquí, la guerra se ha acabado.

LUIS: Hombre, yo decía suponiendo que este sitio estuviera en otra parte, que no fuera la Ciudad Universitaria, ¿comprendes? Que estuviera, por ejemplo, cerca de los Pirineos.

PABLO: ¡Ah!, eso sí. Pero mientras este sitio esté aquí es imposible que haya una guerra.

LUIS: Sí, claro. Tienes razón.

Las bicicletas son para el verano -Fernando Fernán Gómez

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Majestad... ¡Vaya porquería de título!

«Dime, ¿qué significa que un hombre como él, Bonaparte, soldado, caudillo del ejército, el primer capitán del mundo, quiera ser llamado majestad? ¡Ser Bonaparte y hacerse llamar Sire! Eso es aspirar a rebajarse; pero él, en cambio, cree elevarse equiparándose a los reyes. Prefiere un título a un nombre...

Pobre hombre, que no fue capaz de aprender de César, que hizo de su nombre un título superior al de los reyes.»

Memorias de Ultratumba. Chateaubriand

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Ya no se pueden leer las calles

Hubo un tiempo en el que yo me creía capaz de leer las calles de mi ciudad. Me creía capaz de escudriñar sus rampas y pasajes, sus depósitos humeantes, y hallar algún sentido a las cosas. Pero ahora ya no me creo capaz. O bien he perdido la capacidad, o tal vez las calles se estén volviendo más difíciles de leer. O ambas cosas. No puedo leer libros, que se supone son fáciles, fáciles de leer. Nada de extraño, entonces, que no pueda leer las calles, que, como todos sabemos, son difíciles y duras —revestidas de metal, reforzadas con macizo hormigón armado—. Y cada vez más difíciles, más duras. Analfabetas ellas mismas, las calles son ilegibles. Sencillamente, ya no se dejan leer.

Campos de Londres. Martin Amis

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La verdadera soledad

Toda la gente a la que odiaba se murió hace tiempo. Estoy solo en el mundo.

Los espejos venenosos. Milorad Pavic.

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Caza de curdlos, Instrucciones para los extranjeros

Entre toda la caza mayor, el curdlo exige los valores más elevados del cazador, tanto personales como de su equipo. Puesto que este animal se ha adaptado, durante su evolución, a soportar los impactos de los meteoritos revistiéndose, a este fin, de una coraza imposible de perforar, los curdlos se cazan desde dentro.

Para la caza del curdlo son imprescindibles:

A) En la fase inicial: pasta de base, salsa de champiñones, perejil, sal y pimienta.

B) En la fase de caza propiamente dicha: una escobilla de paja de arroz, una bomba de relojería.

I. Preparativos en el puesto de espera.

La caza de curdlos es del tipo de espera. El cazador, habiéndose untado previamente con la pasta de base, se acurruca en un surco del estorgo, y una vez preparado así, los compañeros lo espolvorean con perejil picado y le echan sal y pimienta.

II. Cumplidos los preparativos, se espera a un curdlo. Cuando la fiera se acerque se debe, conservando la sangre fría, coger con ambas manos la bomba de relojería que se tenía entre las rodillas. Si el curdlo está hambriento, suele tragar en seguida. Si el curdlo no quiere comer, se le puede incitar palmeteándole ligeramente la lengua. Si se prevé un fracaso, hay quien aconseja ponerse más sal encima; sin embargo, es un paso arriesgado, ya que el curdlo puede estornudar. No existen muchos cazadores que hayan sobrevivido al estornudo de un curdlo.

III. El curdlo, una vez ha tragado, se relame y se aleja. El cazador tragado, procede inmediatamente a la fase activa, o sea, se quita el perejil y las especias con la ayuda de la escobilla, para que la pasta desarrolle libremente su acción purgativa; a continuación regula la bomba de reloj y se marcha con la mayor rapidez posible en la dirección opuesta a la de su entrada.

IV. Al abandonar al curdlo, cuidar de caer sobre las manos y pies para no hacerse daño.

Nota. El empleo de especias picantes está prohibido. Se prohíbe igualmente presentar a los curdlos bombas de relojería reguladas y espolvoreadas con perejil. Quien proceda de dicha manera, será perseguido y penado por caza furtiva.

Stanislaw Lem, Diarios de las estrellas

Viaje decimocuarto

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Corazón de Ulises - Javier Reverte

No había otro ruido que el del viento entre los árboles y el canto de las cigarras. Bebimos vino rosado para acompañar la comida y, a los postres , unos tragos de whisky. Luego, fumamos junto a los rescoldos de la hoguera. No hablábamos apenas. Y en algún momento que yo inicié una charla, por decir algo más que por otra razón, él me miró sonriente. "Déjelo", interrumpió, "Cavafis escribió que, cuando no hay nada que decir, hay que dejar que hable el silencio".

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Acerca del nacionalismo

El nacionalista es, por definición, un ignorante. El nacionalismo es la vía de menor resistencia, el camino fácil.

El nacionalista no tiene problemas. Sabe, o cree saber, cuáles son sus valores, es decir, los valores nacionales, es decir, los valores de la nación a la que pertenece, éticos y políticos. No está interesado en los demás, los demás no son de su incumbencia. Diablos, es otra gente (otras naciones, otras tribus). Ni siquiera hay que aprender nada acerca de ellos.

El nacionalista ve a los demás a su imagen y semejanza: como nacionalistas. Un punto de vista cómodo, como hemos señalado. Miedo y envidia. Un compromiso y una implicación que no requieren esfuerzo. No sólo el infierno son los demás, en clave nacional, por supuesto, sino también: todo lo que no es mío (serbio, croata, francés…) me resulta ajeno.

El nacionalismo es una ideología de la banalidad. Como tal, el nacionalismo es una ideología totalitaria.

Acerca del Nacionalismo - Danilo Kiš

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Te lo haremos con cuidado

La sociedad capitalista relega a sectores enteros de su ciudadanía al vertedero, pero muestra una delicadeza exquisita para no ofender sus convicciones ni cuestionar su afirmación identitaria.

T. Eagleton. Cultura.

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Bola de sebo

La Guardia Nacional, que desde dos meses atrás practicaba con gran lujo de precauciones prudentes reconocimientos en los bosques vecinos, fusilando a veces a sus propios centinelas y aprestándose al combate cuando un conejo hacía crujir la hojarasca, se retiró a sus hogares. Las armas, los uniformes, todos los mortíferos arreos que hasta entonces derramaron el terror sobre las carreteras nacionales, entre leguas a la redonda, desaparecieron de repente. 

Los últimos soldados franceses acababan de atravesar el Sena buscando el camino de Pont-Audemer por Saint-Severt y Bourg-Achard, y su general iba tras ellos entre dos de sus ayudantes, a pie, desalentado porque no podía intentar nada con jirones de un ejército deshecho y enloquecido por el terrible desastre de un pueblo acostumbrado a vencer y al presente vencido, sin gloria ni desquite, a pesar de su bravura legendaria.

 Una calma profunda, una terrible y silenciosa inquietud, abrumaron a la población. Muchos burgueses acomodados, entumecidos en el comercio, esperaban ansiosamente a los invasores, con el temor de que juzgasen armas de combate un asador y un cuchillo de cocina.

 La vida se paralizó, se cerraron las tiendas, las calles enmudecieron. De tarde en tarde un transeúnte, acobardado por aquel mortal silencio,al deslizarse rápidamente, rozaba el revoco de las fachadas.

 La zozobra, la incertidumbre, hicieron al fin desear que llegase, de una vez, el invasor.

"Bola de sebo" de Guy de Maupassant.

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El Monte de las Ánimas

La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.

Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca, y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como, en efecto, lo hice.

Yo no la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza, con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.

Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.

- I -

-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.

-¡Tan pronto!

-A ser otro día no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?

-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua; yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré la historia.

Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.

Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

«Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran sabido solos defenderla como solos la conquistaron.

»Entre los caballeros de la nueva y poderosa orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.

»Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres; los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey; el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.

»Desde entonces dicen que, cuando llega la noche de Difuntos, se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche».

La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporársele los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

- II -

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.

Sólo dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, absortos en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.

Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.

Las dueñas referían, a propósito de la noche de Difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel, y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.

-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-: pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.

Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo su carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.

-Tal vez por la pompa de la corte francesa, donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada: mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?

-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país, una prenda recibida compromete la voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo..., que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.

El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:

-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo entre todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?

Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.

Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.

Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:

-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él, clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.

-¿Por qué no? -exclamó ésta, llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:

-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?

-Sí.

-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.

-¡Se ha perdido! ¿Y dónde? -preguntó Alonso, incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.

-No sé...; en el monte acaso.

-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-, ¡en el Monte de las Ánimas!

Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:

-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado a esta diversión imagen de la guerra todos los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; esta noche..., esta noche, ¿a qué ocultarlo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas...; ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento, sin que se sepa adónde.

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó, con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña arrojando chispas de mil colores:

-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de Difuntos, y cuajado el camino de lobos!

Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte, se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza, y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:

-¡Adiós Beatriz, adiós! Hasta... pronto.

-¡Alonso, Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso, o aparentó querer, detenerle, el joven había desaparecido.

A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho, que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor, que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.

Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

- III -

Había pasado una hora, dos, tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.

-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de Difuntos a los que ya no existen.

Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.

Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído, a par de ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz apagada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.

-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.

Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden; éstas con un ruido sordo y suave; aquéllas con un lamento largo y crispador. Después, silencio; un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi no se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota, no obstante, en la oscuridad.

Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.

Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando, dilatándose, las fijaba en un punto, nada; oscuridad, las sombras impenetrables.

-¡Bah! -exclamó, yendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada, de raso azul, del lecho-. ¿Soy yo tan miedosa como estas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?

Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría escondió la cabeza y contuvo el aliento.

El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.

Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora; vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal decoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros: muerta, ¡muerta de horror!

- IV -

Dicen que después de acaecido este suceso un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla, levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y caballeros sobre osamentas de corceles perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

Gustavo Adolfo Bécquer

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Platero y yo

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel...

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

-Tien' asero...

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

Juan Ramón Jiménez

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Nuestras manías....

Mientras que cada vez somos más previsibles, nos parecemos más al estar moldeados por la persuasión del mercado, nunca hemos necesitado tanto ser tan diferentes, pensarnos tan diversos. Esta ansiedad por la diferencia se manifiesta en el consumo, tanto de bienes materiales como de bienes intangibles, pero ocupa todas las parcelas de la vida, incluso las más íntimas.

Tentaciones, el suplemento de tendencias de El País que empezó a mediados de los noventa como una revista cultural con ánimo independiente, lo que no era más que un eufemismo para tratar la conversión de la contracultura de las tres anteriores décadas en producto de consumo, fue una referencia para la juventud que quería diferenciarse del resto. Así, quien no encajaba con Los 40 Principales o Cadena Dial, las radio-fórmulas de pop comercial de PRISA, podía leer Tentaciones, que funcionaba más que como una publicación de crítica cultural como un ente prescriptor, es decir, su fin no era informar al público si tal producto cultural era bueno o malo de acuerdo con unas categorías consensuadas, sino si tal o cual producto cultural era necesario para ser una persona especial.

En 2017, Tentaciones sigue siendo un suplemento de prescripción cultural, pero además ha ampliado sus horizontes a casi todas las facetas cotidianas necesarias para ser cool. Entre ellas el sexo que, si bien siempre ha sido un buen material comercial periodístico, hoy se utiliza para acentuar la enorme diversidad de la que parece que disfrutamos. Tentaciones dedicó artículos al contouring, el maquillaje y la cirugía vaginal para que este órgano sea estéticamente agradable (desconocemos con base en qué criterios); a Wikitrans, la guía definitiva para no perderse en las nuevas sexualidades; a la atracción sexual hacia los globos; a la gente que quiere tener sexo en el baño de un avión; se preguntaron si las cosquillas eran el nuevo porno; nos hablaron de las mujeres que tenían orgasmos mientras conducían para ir a trabajar; nos descubrieron la dendrofilia, el stationary fetish, la ficciofilia, la anortografofilia y el medical fetish, es decir, la excitación sexual por los vegetales, el material escolar, los personajes de ficción, las faltas de ortografía y el material médico[3].

Quizá algún lector o lectora de este libro se excite acariciando únicamente el tapete de ganchillo de una mesa camilla, lo cual nos parece estupendo. No se trata aquí de hacer mofa de las prácticas sexuales, por muy inverosímiles que resulten, o mucho menos de condena, siempre que sean consensuadas entre adultos. Sí de hacer notar la enorme ansiedad que destila todo el asunto. Lo sexual también parece haberse convertido en una extensión de las identidades frágiles, habiéndonos convertido en consumidores de singularidades como forma de acentuar nuestra diferencia. Por otro lado, en 2015 en España, 48 niñas de entre diez y catorce años y 5751 adolescentes de entre quince y diecisiete años fueron madres y un 40 por 100 de los nacimientos primerizos fueron de mujeres de cuarenta años o más[4]. Aunque, evidentemente, no vamos a reducir la sexualidad a la reproducción, destaca la poca atención que despiertan temas como una deficiente educación contraconceptiva o unos padres primerizos cada vez más mayores, consecuencia directa no de una decisión personal sino de las precarias condiciones laborales. Así, los temas materiales parecen salir de la agenda pública mientras que el fetiche de la peculiaridad se asienta en ella.

La trampa de la diversidad. Daniel Bernabé.

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Los habladores

Escena I

PROCURADOR, SARMIENTO, y detrás ROLDÁN, en hábito roto con su espada y calcillas.

 SARMIENTO.- Tome, señor Procurador; que ahí van los doscientos ducados, y doy palabra a usted que aunque me costara cuatrocientos, holgara que fuera la cuchillada de otros tantos puntos.

PROCURADOR.- Usted ha hecho como caballero en dársela, y como cristiano en pagársela; y yo llevo el dinero, contento de que me descanse y él se remedie.

ROLDÁN.- ¡Ah, caballero! ¿Es usted procurador?

PROCURADOR.- Sí soy; ¿qué es lo que manda usted?

ROLDÁN.- ¿Qué dinero es ese?

PROCURADOR.- Dámele este caballero para pagar la parte a quien dio una cuchillada de doce puntos.

ROLDÁN.- Y ¿cuánto es el dinero?

PROCURADOR.- Doscientos ducados.

ROLDÁN.- Vaya usted con Dios.

PROCURADOR.- Dios guarde a usted.  (Vase.) 

Escena II

ROLDÁN, SARMIENTO.

 ROLDÁN.- ¡Ah caballero!

SARMIENTO.- ¿A mí, gentil hombre?

ROLDÁN.- A usted digo.

SARMIENTO.- Y ¿qué es lo que usted manda?

ROLDÁN.- Cúbrase usted; que si no, no hablaré palabra.

SARMIENTO.- Ya estoy cubierto.

ROLDÁN.- Señor mío, yo soy un pobre hidalgo, aunque me he visto en honra; tengo necesidad, y he sabido que usted ha dado doscientos ducados a un hombre a quien había dado una cuchillada; y por si usted tiene deleite en darlas, vengo a que usted me dé una adonde fuera servido; que yo lo haré con cincuenta ducados menos que otro.

SARMIENTO.- Si no estuviera tan mohíno, me obligara a reír usted; ¿dícelo de veras? pues venga acá: ¿piensa que las cuchilladas se dan sino a quien las merece?

ROLDÁN.- Pues ¿quién las merece como la necesidad? ¿No dicen que tiene cara de hereje? pues ¿dónde estará mejor una cuchillada que en la cara de un hereje?

SARMIENTO.- Usted no debe de ser muy leído; que el proverbio latino no dice si no que necessitas caret leye, que quiere decir, que la necesidad carece de ley.

(...)

Miguel de Cervantes Saavedra, "Los habladores, entremés famoso."

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La dura vida del parapsicólogo

Ser parapsicólogo es ser un incomprendido, aunque los avances recientes en el conocimiento del cerebro ofrecen nuevas esperanzas. Dean Radin, que ha dedicado una gran cantidad de tiempo a la investigación de los fenómenos psíquicos (telepatía, telequinesia), nos da una idea de cómo es una típica semana para él:

El lunes me acusan de blasfemia unos fundamentalistas que piensan que los fenómenos psíquicos amenazan su fe en la doctrina religiosa revelada. El martes me acusan de culto religioso unos militantes del ateísmo que piensan que los fenómenos psíquicos amenazan su fe en la sabiduría científica revelada. El miércoles me acosan unos esquizofrénicos paranoicos que insisten en que consiga que el FBI deje de controlarles la mente. El jueves solicito unas becas de investigación que me van a denegar porque los comisarios del tribunal que las concede desconocen la existencia de ninguna prueba legítima de los fenómenos psíquicos. El viernes recibo una montaña de correspondencia de alumnos que me piden copia de todo cuanto he escrito en mi vida. El sábado recibo llamadas de científicos que quieren colaborar en la investigación siempre que les garantice que nadie tendrá noticia de su secreto interés. El domingo descanso e intento pensar en alguna manera de conseguir que los esquizofrénicos paranoicos empiecen a dirigirse a los fundamentalistas en vez de venir a hablar conmigo.

La historia de los fantasmas. Roger Clarke

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La novedad...

Nuestro deseo de novedad es inagotable. Por eso el capitalismo es un éxito y la monogamia no.

Wellness. Nathan Hill

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Patriotismo (Yukio Mishima)

El teniente yacía, boca abajo, en un mar de sangre. La punta de la espada, que sobresalía de su nuca, parecía haberse hecho más prominente aun. Reiko anduvo negligentemente entre la sangre y se sentó al lado del cadáver de su marido. Lo observó atentamente. Tenía la mejilla apoyada en la alfombra, los ojos estaban muy abiertos, como si algo hubiera despertado su atención. Ella alzó la cabeza, la apoyó sobre su manga y, limpiándose la sangre de los labios, lo besó por ultima vez.

Luego tomó del armario una bata blanca y un cordón. Para evitar que su falda se desordenara, envolvió la manta alrededor de su cintura y la sujetó firmemente con el cordón.

Reiko se sentó muy cerca de Shinji. Extrajo la daga de su faja, examinó el brillo opaco de la hoja y la acercó a su lengua. El gusto del acero bruñido era ligeramente dulce.

Reiko no perdió tiempo. Pensó que el dolor que la había separado de su marido moribundo iba a formar ahora parte de su propia experiencia. Sólo vislumbró ante sí el gozo de penetrar en un reino que el amado Shinji ya había hecho suyo.

Había percibido algo inexplicable en la fisonomía agonizante de su marido. Algo nuevo. Le sería dado, pues, resolver el enigma.

Reiko sintió que, por fin, también podría participar de la verdadera y amarga dulzura del gran principio moral en que había creído el teniente.

Empujó entonces la punta de la daga contra la base de su garganta. La empujó fuertemente. La herida resultó poco profunda. Le ardía la cabeza y sus manos temblaban de forma incontrolable. Forzó la hoja hacia un costado y una sustancia caliente le anudó la boca. Todo se tiñó de rojo frente a sus ojos como el fluir de un río de sangre. Reunió todas sus fuerzas y hundió aun más profundamente la daga en su garganta.

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La gran tragedia de Occidente

La gran tragedia de Occidente es que no se consigue compatibilzar la razón con la compasión.

En cuanto alguien siente compasión, deja de pensar razonablemente.

En cuanto empieza a pensar con lógica, deja de sentir compasión.

Es realmente trágico.

Genealogía de la moral. Friedrich Nietzsche

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