Cuentos, historias, propios o referidos
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Peazo invento la guerra

Dicen que el tiempo y el conocimiento son la penitencia a mi pecado: depredar a los ajenos, depredar a los iguales, depredar a los depredadores... Eso tengo oído, sí.

 Y el caso es que lo creo, pues aunque fue hace mucho tiempo, tanto que no recuerdo si quemaban más las llamas que tomé de Prometeo o la manzana aquella ardiente que Eva me endiñó bajo un árbol del prado (juraría que fue en un prado, pero pudo ser en otro sitio, acaso un cuadro, no sé…), lo que sí me quedó claro es que al enfrentarme a aquel carnero descubrí algo importante, algo que se quedaría encaramado a mi destino, eso mismo que llevo ahora en la chepa como un sapo dispuesto a dar el salto: la guerra.

La guerra sí, qué tiempos… Va, pues me parece que después de aquel carnero no tardé ya en enfrentarme allí al equino, y al bovino, al puerco, al lobo y al felino… Y en éstas, cuando hube eliminado a mis competidores inmediatos, cuando alcancé el puesto aquel más elevado de la hermosa creación y me coroné rey indiscutible de todo lo evidente, entonces y solo entonces me paré a pensar: «Pero, ¿y quién es ahora mi enemigo? ¿Quién? A ver… ¡que salga!» Y al no salir ninguno, perplejo y contrariado decreté enseguida la creación de urgencia de mí mismo, del mundo y de dios.   

Y satisfecho ante mi obra ya me declaré enemigo eterno de todo lo creado. Sí, de todo, y fue un alivio. 

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Salas: mitos y leyendas

Salas: mitos y leyendas

En las cercanías de Ablaneda, allá por el alto de Pedrafita, dicen los que saben que se encuentran el famoso pozo Fullaricos (o Ful.lericos), bajo cuyas aguas se esconden los restos de un antiguo palacio. Nadie sabe, eso si, a quién pertenecía el susodicho, pues no hay cristiano vivo que lo haya podido contemplar, pues hasta los más viejos del lugar lo han conocido siempre como lo que es. Pero donde no llega el saber alcanza la imaginación y la leyenda. El rey pertenecía a un noble viudo, que si era de horca y cuchillo, no se sabía, porque no p

menéame