Días después de los atentados yihadistas de París, me encontré en el centro de la ciudad de Cartagena a tres chicas musulmanas que estaban de pie cerca del Gran Hotel, portando unos carteles de cartón que decían: “No somos terroristas, venid y dadnos un abrazo”. Lanzaban besos y sonreían. Las miré y adiviné su “yo profundo”. Ellas abrían sus brazos, que eran alas, no balas, y te llamaban.
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