Cuentan que un buen día de 1960 Keith Richards se encontraba en una vieja estación de tren. A lo lejos vio a un muchacho que portaba bajo su brazo discos de rhythm and blues que, por aquel entonces, no se conseguían en Inglaterra. Se acercó a hablar con él y se dio cuenta de que el muchacho en cuestión le recordaba a un amigo de la infancia. Ese amigo no era otro más que Mick Jagger. Intercambiaron gustos e influencias musicales y comenzaron a verse con frecuencia.
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