Pocas cosas resultan tan proclives a la carcajada del lector como las respuestas más torpes e imaginativas a las cuestiones planteadas en un examen oficial. A la hora de enfrentarse a preguntas para las que, por falta de estudio, no tiene respuestas, la inventiva del alumnado es infinito. ¿Pero qué sucede cuando quien comete un alarmante error técnico, de conocimiento u ortográfico es el examinador?. Un desastre sin paliativos, no sólo en su forma sino también en su contenido, como se explica en la noticia. El ejemplo, un test oficial planteado