Carl Sagan tenía razón al decir que «es peligroso no combatir las pseudociencias«. Sobre todo, decía el divulgador estadounidense, porque es fácil caer en argumentos engañosos en nombre de la ciencia. Tal fue el caso de los cráneos de cristal que, en el siglo XIX, se publicitaron como antiquísimas reliquias mesoamericanas. Asombrados ante el minucioso trabajo en cuarzo lechoso, los curadores del Museo Británico pagaron una fortuna por las piezas. Ésta es su historia.
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