Fue en 1801, una mañana del 13 de abril, cuando en el Hospital de Santa María Magdalena -el mismo en el que pronto colgarán obras de Sorolla y de Golucho- un médico catalán llamado Francisco Romero estaba haciendo historia: en una de aquellas lúgubres estancias, rodeado de redomas y olor a quinina, el galeno, con un escalpelo en la mano había abierto el pecho de un agricultor llamado Antonio de Miras.
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