En las últimas décadas se han logrado avances en el reconocimiento de problemas que afectan predominantemente a las mujeres. Esto ha sido bienvenido y necesario. Sin embargo, en medio de estos encomiables esfuerzos, surge la pregunta: ¿Por qué no nos preocupamos por los problemas de los chicos? La idea no es restar valor al progreso logrado en favor de ellas, sino arrojar luz sobre la ceguera social ante los problemas que afectan desproporcionadamente a los chicos y a los hombres jóvenes. Al hacerlo también invertimos en una sociedad armónica
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