El pequeño le pregunta a su padre si cree en fantasmas, y este levanta la mirada al cielo y le enseña la bóveda llena de estrellas. Le explica que muchas de ellas están a muchísima distancia, y que cuando su luz llega hasta nosotros, es muy probable que muchas de ellas ni siquiera existan ya. La consecuencia de todo ello, y que hace que su hijo abra los ojos en un asombro mezclado de un cierto miedo y excitación, es que «el cielo está lleno de fantasmas». Es imposible no sentir un escalofrío cuando uno se enfrenta a un concepto como ese.
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