Las cárceles madrileñas cuadruplicaban su capacidad a principios de los 80. Un noventa por ciento de los presos eran preventivos, el sistema era perverso, pasaban así años en espera de juicio. Muchos se automutilaban y herían desesperados por salir. La reforma Ledesma vino a poner fin a esa intolerable situación, pero la salida masiva de tantos presos llevó la oleada de atracos, ya incrementada por el paro y la heroína, a cotas nunca vistas
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