Aunque tiempo atrás las gentes de estas tierras, quien más quien menos, todos pasaban sus estrecheces, siempre fueron solidarias con aquellos desvalidos que por sus limitaciones físicas o sus enfermedades crónicas vivían en la miseria, clasificados como “pobres de solemnidad”. Estos pobres iban de pueblo en pueblo con su saco a la espalda y provistos de un cayado para espantar a los perros. Al llegar a la puerta de una casa la golpeaban con la cachaba y decían: -Ave María Purísima. -Sin pecado concebida –le respondían desde dentro.
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