En 1936, la estrella del panorama escénico alemán era Kaspar Brandhofer, un actor tirolés de origen campesino y formación autodidacta cuyo trabajo se rifaban los mejores directores. Pero aquel desmesurado éxito le provocó vértigo y al cabo de un año de gloria hizo una impactante confesión: ni era de Tirol ni aquel era su nombre, ni siquiera su aspecto.
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