Pocas personas han alcanzado tras fallecer un estatus divino, especialmente si están relacionadas con la ciencia. Sin embargo, en los albores de la Historia un científico gozó de tal admiración que mucho después de morir fue obsequiado con el título de dios. Se trata de Imhotep, un erudito que vivió en Egipto en los tiempos de la Dinastía III. Su conocimiento y obras, de temas muy variados, le concedieron una fama que duraría varios milenios.
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