Sebastián Bretos hace un último paseo por su pueblo, de rodillas. Arrastra su cuerpo, camino a la muerte. Y el peso de las cadenas que le maniatan. En las calles de Riglos (Huesca) pervive la escena como una estatua de memoria desterrada al olvido. La Guardia Civil y falangistas lo detienen, por anarquista, y lo ejecutan en agosto de 1936. Una fosa con dos cuerpos en el cementerio viejo de Loscorrales apunta que, 86 años después, han sido rescatados sus huesos.
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