En 1686, el rey francés Luis XIV tenía un bulto tan doloroso en el trasero que no podía ni sentarse. El bulto que le encontraron el 15 de enero se convirtió en un absceso el 18 de febrero. El 2 de mayo ya era una fistula. Gracias a sus documentos médicos, sus suplicios para defecar pasaron a la historia.
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