En los últimos días del siglo XIV, una terrible epidemia arrasó Europa. Hombres y mujeres sufrieron fiebres repentinas. Les dolían las articulaciones y les salían sarpullidos que se convertían en forúnculos. [...] En medio del caos, varias cosas quedaron claras. La infección parecía comenzar en los genitales. El patógeno parecía viajar a lo largo de los caminos de los soldados mercenarios contratados por los gobernantes en guerra para atacar a sus rivales, y con los hogares informales y las trabajadoras sexuales que seguían sus campañas.
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