Esta obra excepcional ha olvidado el nombre de su autor; es poco probable que algún día sepamos quién desenterró de un fragmento de piedra a este ser etéreo, pero se cree que aconteció allá por el siglo V a.C. en un templo de la antigua Grecia. Cinco siglos más tarde pudo ser parte del botín de guerra que Augusto ordenó trasladar a la capital imperial, donde fue localizada a principios del siglo XX.
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