No sé qué tiene el Quijote que mola mogollón. Le mola a mi hijo de cinco años, y eso es molar mucho. Conseguir molar a un niño hiperestimulado, que maneja los videojuegos y la tablet como un nerd de Silicon Valley y se sabe el catálogo entero de dibujos animados de cuatro cadenas de televisión, es un mérito post mortem que Miguel de Cervantes debería celebrar allá en el Parnaso, aplaudiendo con su mano buena.
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