Si algo adoraba Adolf Hitler eran las ideas extravagantes. Aunque, solo quizás, lo que le cautivara en realidad fuera esa sensación de poder contar cada día con un juguete nuevo entre sus manos, cual niño el día de reyes. Lo que es innegable es que, temperamental como era, impulsó a golpe de Reichsmarks la investigación de armas tan alocadas como irrealizables. Desde un cañón que funcionaba con energía solar, hasta una bomba endotérmica que congelara al enemigo.
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