En 2004, Steve Perlman recibió una llamada de su amigo Andy Rubin. Aunque le daba apuros volver a pedir dinero, su startup Android estaba en apuros y no tenía más remedio que hacerlo. La situación era insostenible: el efectivo se estaba agotando y no lograban atraer a nuevos inversores. Se empezaban a acumular los pagos pendientes hasta tal punto que el propietario del espacio de oficina empezó a amenazar con desalojarles. Por aquel entonces las grandes operadoras móviles controlaban la industria con un puño de acero y una filosofía cerrada.
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