¿A quién se le ocurrió algo tan arriesgado como meter un aparato adentro del cuerpo para que se ocupe de que uno de nuestros órganos más preciados siga bombeando sangre? Desde mediados del siglo XVII empezaron a salir publicaciones especulando sobre la naturaleza bioeléctrica del sistema cardiovascular. El físico danés Nickolev Abildgaard, aunque su nombre no es muy conocido, fue a quien en 1775 se le ocurrió poner unos electrodos a ambos lados de la cabeza de una gallina. Y, por supuesto, lanzó una descarga eléctrica.
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