Con la sabiduría de Erich Fromm susurrando desde las páginas iniciales, nos encontramos en la piel de Morad (“un moro trabajando para una empresa llamada Maurus”: casi una broma), despertando literalmente (“Morad abre los ojos…” así comienza la novela) al caos dulce y amargo de una vida que se debate entre dos mundos: su cotidianidad, marcada por la cultura familiar recibida (en esta caso marroquí), las realidades de una tierra ajena y el reconocimiento/aceptación de su propia identidad personal y sexual
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