En el siglo XVIII, la gente se lavaba poco y lo hacía en seco, evitando el uso del agua. Ello se explica en buena parte por la creencia, muy extendida, según la cual la salud del cuerpo y del alma dependía del equilibrio entre los cuatro humores que se suponía que integraban el cuerpo: sangre, pituita, bilis amarilla y atrabilis. La introducción de un quinto elemento extraño, como el agua, se observaba con recelo.
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