Quienes debemos tener la última palabra sobre nuestros cuerpos somos cada uno de nosotros, no los políticos al frente de Estados paternalistas y liberticidas. Existe, pues, una asimetría escandalosamente arbitraria en el hecho de legalizar completamente una droga (el alcohol) que solo en 2016 influyó sobre la muerte de más de 200.000 personas y en prohibir otra (el cannabis) que en 2016 no mató a nadie.
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