Porque sin La Habana no se hubiera dado Reikiavik. En 1966, Fischer tenía 23 años y visitó Cuba, por segunda vez, para participar en la XVII Olimpiada de Ajedrez. Jugó como primer tablero de los Estados Unidos. Hizo tablas con Spassky. Sin embargo, el de Brooklyn fue protagonista de otra partida, más allá de las sesenta y cuatro casillas: una aventura iniciática, carnal y apasionada con una chica cubana a la que conoció en su habitación del Hotel Habana Libre. Por entonces, ella tenía 14 años, aunque la edad en esta historia tiene trampa...
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