En 1926, ya de vuelta en su casa de Sevilla tras un viaje por Granada, Harriet N. Dimond escribió una carta a un conocido botánico californiano, Willis L. Jepson, que en aquella época ya era profesor en Berkeley. En ella, Dimond describía un "cedro centenario" (como lo llamaba el guía) que medía "unos 38 metros de altura, quizá cuatro de diámetro y ya se elevaba por encima de los demás de la ladera". Además, le enviaba una hoja.
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