Desde esas canchas bonaerenses en que se insultaba en lunfardo hasta nuestros días, la cotidianidad del improperio ha motivado que, para no incurrir en rutinas plomizas, los aficionados se esforzasen en acuñar nuevos términos, cada vez más desbocados y tremebundos. De ahí hallazgos que pasman al mundo como “cementerio de canelones”, “saco de hormonas”, “tobogán de piojos”, “cortocircuito hablante”, “tatuaje de cromo de bollycao”, “genocida de oxígeno”, “recipiente grasiento de enfermedades venéreas”, “excremento líquido de la naturaleza”.
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