Los trabajadores de la cultura creen que el suyo es un sector especial que ha sido particularmente maltratado. (Lo mismo piensan los funcionarios, los taxistas o los contratistas de los ayuntamientos, por cierto.) Se quejan de la existencia de impuestos elevados para actividades, como el teatro o el cine, que les parecen cruciales para la sociedad, pero el IVA del teatro o el cine es el mismo que el de otros sectores que parecen también cruciales, como los servicios funerarios, buena parte de la asistencia sanitaria o que te corten el pelo.
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