La Compañía de Jesús, fundada en 1540 por San Ignacio de Loyola, se había establecido rápidamente como una fuerza poderosa dentro de la Iglesia Católica. Con su rigor intelectual y su fervor misionero, los jesuitas se convirtieron en defensores acérrimos de la fe católica, extendiendo su influencia desde Europa hasta los rincones más remotos de Asia y América. Sin embargo, este mismo poder y autonomía que les permitió florecer también les granjeó numerosos enemigos.